La Arquidiócesis de Tijuana está en proceso de pastoral, el cual requiere ser humano y cristiano, sencillo y profundo a la vez, cercano a las familias y en búsqueda de los alejados, orientado hacia la renovación de nuestra Iglesia diocesana a partir de una auténtica conversión.
En primer lugar, es de gratitud, a todos los que nos han precedido y nos han acogido en la Iglesia. Nadie se vuelve cristiano por sí mismo. Nadie se hace cristiano por sí mismo. No se crean cristianos en laboratorio, el cristiano forma parte del Pueblo de los bautizados. Si lo pensamos bien, cuántas personas queridas pasan ante nuestros ojos, en estos momentos: puede ser el rostro de nuestros padres que pidieron el Bautismo para nosotros.
El bautismo es un camino, no una estancia; es el comienzo de una vida divina y la vida es progreso, y es asimilación, y es dinamismo. Jesús dice: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).
El carácter peculiar del laico es vivir y trabajar en medio del mundo secular y dice en LG 31: «Viven en el siglo, es decir, en todas y cada una de las actividades y profesiones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está entretejida. Allí están llamados por Dios para que, cumpliendo su propio cometido, guiados por el espíritu evangélico, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo a manera de fermento, y de este modo manifiesten a Cristo a los demás, brillando ante todo con el testimonio de su vida, de su fe, esperanza y caridad».